Por Robert Funk

La Nueva Mayoría republicana

La Nueva Mayoría republicana

El primer debate de los candidatos presidenciales del Partido Demócrata estadounidense brilló en comparación con el del Partido Republicano, realizado unas semanas antes. Si bien los debates televisados nunca permiten una gran profundización en los temas, llamó la atención cómo los candidatos presidenciales oficialistas, liderados por Hillary Clinton y Bernie Sanders, no solamente tocaron asuntos de fondo, sino que compartieron un espíritu relativamente fraternal. Por el otro lado, los que participaron en el debate republicano se lucieron con respuestas livianas y populistas, insultos y muecas. Carly Fiorina, una ex ejecutiva de Hewlett-Packard, intentó darle algo de seriedad y contenido, pero parecía un pastor predicando en medio de un circo. La seriedad no vende, especialmente a las bases. Ellas no buscan propuestas responsables, sino señales de lealtad. Quieren sentirse aseguradas de que sus candidatos serán fieles a una visión ideológica y anacrónica. En este sentido, sorprende el hecho de que la Nueva Mayoría en Chile se comienza a transformar en un Partido Republicano chileno.

Parte del problema es que ambas conglomeraciones tienen dos almas, cuyo conflicto no se ha resuelto. Por un lado, un sector que quiere ganar elecciones, y que sostiene que las políticas públicas deben responder tanto a la voluntad popular como a lógicas de responsabilidad. Saben que las decisiones en materia económica tienen resonancia en los mercados, influyendo en la inversión externa y la confianza doméstica. Entienden que los problemas no se solucionan culpando a algún otro (sean extranjeros, inmigrantes ilegales, musulmanes, una "élite" amorfa, los gringos, el capital internacional o lo que sea). En ambos casos, este sector es minoritario.

Por el otro lado, tanto los republicanos como la NM tienen sectores con menos interés en ganar elecciones que en representar sus intereses parroquiales. Convencidos de que tienen razón, guiados por la palabra de Dios o Ernesto Laclau, negociar o transar se convierten no en elementos básicos de la política, sino en traiciones al "camino verdadero". Las primarias, en este contexto, se convierten en pruebas de lealtad, y los discursos en listas de palabras clave que las bases buscan para saber si los candidatos se leyeron El Programa. En EE.UU., los republicanos deben declarar su amor por las armas de fuego, su repudio al aborto, sus sospechas sobre Benghazi, su confianza en que podrían detener a Putin, enfrentar a Irán y salvar a Siria, y su levemente ocultada sospecha de que Obama es un musulmán socialista nacido en cualquier parte menos los Estados Unidos de América. Cualquier político republicano dispuesto a negociar con el otro lado –como el ex presidente de la Cámara de Representantes, John Boehner– no sobrevive.

En Chile ocurre algo parecido. Sectores de la Nueva Mayoría insisten en que la asamblea constituyente es la única opción para diseñar una nueva constitución, que la lucha en contra de la desigualdad es el parámetro desde el cual las políticas deben ser diseñadas (sean cuales sean las consecuencias fiscales), que la educación debe ser gratuita y las universidades dirigidas por sus estudiantes a través de la triestamentalidad. Y por supuesto, no hay mejor método de transporte que la bicicleta, aunque uno tenga que viajar desde Puente Alto a Huechuraba. Los hechos no importan. Llegó el momento de soñar.

David Brooks, columnista conservador del New York Times, cuyas lealtades residen más bien en el lado republicano, lamentó el estado de su sector. Escribió, después del debate, que el partido "considera el asunto desordenado de la política como sucio e impuro. El compromiso equivale a la corrupción. Hechos inconvenientes son ignorados. Compatriotas con opiniones distintas son vistos como alienígenas. La identidad política se convirtió en una especie de identidad étnica, y cualquier compromiso fue visto como una traición de sangre".
Suena conocido.

Columna publicada en Capital el 19 de octubre de 2015.

Las opiniones vertidas en esta columna son de responsabilidad de su(s) autor(es) y no necesariamente representan al Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.