Por Claudia Heiss

Representación política sin mujeres

Representación política sin mujeres

A raíz del reciente cambio de gobierno en Estados Unidos, activistas de los derechos de la mujer movilizaron a cuatro millones de norteamericanos –principalmente mujeres— en las protestas pacíficas más masivas de la historia de ese país. El objetivo era enviar una advertencia al Presidente Donald Trump sobre sus posiciones respecto a las relaciones de género. Las protestas en Estados Unidos recuerdan que los logros de la agenda feminista y de la igualdad de género no pueden darse por definitivos. Ya el Presidente Trump ha iniciado una ofensiva contra los servicios públicos de salud reproductiva y en su primer gabinete mostró total indiferencia por la paridad de género: designó a 4 mujeres entre sus 23 ministros, un 17% versus cifras en torno al 40% de sus antecesores Obama, George W. Bush y Clinton. En realidad, desde la década de 1970 que no se veía una designación tan baja de mujeres en el gabinete presidencial.

La conmemoración este 8 de marzo del Día Internacional de la Mujer es una oportunidad para celebrar los avances conseguidos tras décadas de lucha por la igualdad de derechos civiles, políticos y sociales y un momento para reflexionar sobre las deudas que tiene la sociedad con la mitad de sus integrantes. En Chile, el principal órgano de la representación política, el Congreso, muestra una preocupante distancia entre el número de hombres y mujeres. De nuestros 38 senadores, sólo seis son mujeres, lo que equivales al 15,8%. En la Cámara, sólo 19 de nuestros 120 diputados son mujeres, es decir un 15,8%.

Preocuparse por la baja presencia de mujeres en el órgano que hace las leyes, es decir, que en nombre de todas las chilenas y chilenos fija las normas de nuestra convivencia política, supone que existe una relación entre quiénes legislan y cómo lo hacen. Esta relación no es obvia ni ha sido siempre reconocida. En el pasado, grupos de hombres lograron con éxito asumir las banderas de los derechos de la mujer, como ocurrió con algunos partidos obreros en la Europa de comienzos del siglo XX. A poco andar, sin embargo, las trabajadoras y activistas por los derechos de la mujer comenzaron a demandar no sólo la representación de sus ideas en la esfera pública –derecho a voto, mejores condiciones laborales y salariales, derechos de salud reproductiva, por mencionar algunas—sino acceso a cargos de representación y a la toma de decisiones. No les bastó que hablaran por ellas; quisieron hacerlo con su propia voz. Esto trajo consigo una crisis de los partidos y, con el tiempo, una significativa incorporación de mujeres en cargos políticos.

En Chile, el Congreso Nacional se encuentra hoy, junto con los partidos políticos, entre las instituciones peor evaluadas y menos valoradas por la ciudadanía. Abundan los análisis sobre la crisis de la representación, el desinterés por la política y la desconfianza en los políticos. ¿De quién es la culpa? Una posibilidad es responsabilizar a la gente, desinformada, egoísta, preocupada sólo de sus asuntos privados. Otra, culpar a las élites políticas, mezquinas y desconectadas de la sociedad, buscando beneficiarse de sus cargos y perpetuarse en el poder en lugar de llevar adelante un proyecto de sociedad. Por último, se puede culpar al sistema de representación mismo, por distorsionar las preferencias de la gente, distanciar a representantes de representados y desincentivar la participación.

Es probable que ninguna de estas explicaciones sea suficiente y al mismo tiempo que haya algo de verdadero en todas ellas. Lo cierto que es el sistema representativo hoy no representa bien. En este sentido, debemos entender la subrepresentación de las mujeres en el Congreso —y en los municipios, en los partidos, en los gobiernos regionales, etcétera— como un daño no sólo para las mujeres, sino para la representatividad del sistema en su conjunto.

El sistema representativo es un complejo entramado de varios niveles, donde convive la representación de programas e ideas políticas con elementos simbólicos y descriptivos de la sociedad. Si los representantes no se parecen a los representados, la representación se debilita. Por eso hoy no parece aceptable que los ricos hablen por los pobres, los hombres por las mujeres y los blancos por los diversos grupos étnicos que componen la sociedad chilena. La ausencia de grupos desaventajados en las instancias de toma de decisiones genera un manto de duda e ilegitimidad y la sospecha de un bloqueo a la participación política.

Estos distintos niveles de la representación no son intercambiables. Las mujeres tenemos distintas ideas políticas, incluso respecto de temas que se asocian generalmente a la agenda de género. Sin embargo, un Senado paritario sería más representativo de la sociedad chilena que nuestro actual senado masculino, y la presencia de mujeres pro y antiaborto, de izquierda y de derecha, ayudaría a hacerlo más representativo. Es de esperar que la ley de cuotas aprobada recientemente y que será probada por primera vez en las elecciones de noviembre de este año ayude a superar la vergonzosa brecha entre hombres y mujeres que caracteriza al sistema político chileno.

Columna publicada el 7 de marzo de 2017 en La Región Hoy

Claudia Heiss es académica del Instituto de Asuntos Públicos.

Las opiniones vertidas en esta columna son de responsabilidad de su(s) autor(es) y no necesariamente representan al Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.

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