Por Mireya Dávila

Piñera, la derecha y la cuenta nacional: No hay que pedirle peras al olmo

Piñera, la derecha y la cuenta nacional

El Mensaje del presidente de la República al Congreso fue un ejercicio republicano y democrático de rendición de cuentas. Si bien el relato fue más moderado en la hipérbole, como señaló la editorial de El Mercurio, no logró encontrar el hilo que lo conectara con las expectativas ciudadanas en temas importantes como los derechos humanos y las urgencias cotidianas de millones. Para el Presidente, somos emprendedores de alma y cuando como ciudadanos nos preocupa la política somos populistas.

El rito democrático de rendir cuentas anualmente es un evento político que concentra la atención del público, pero no impacta más allá del corto plazo. Este año era diferente. Chile vive una coyuntura excepcional, una tormenta perfecta de crisis social, política y económica. Probablemente desde el primer mensaje rendido por el presidente Aylwin en mayo de 1991 que un discurso no era tan esperado, al tiempo que las expectativas de quienes lo escuchábamos eran bajas. Más allá de la obvia defensa de la coalición de gobierno y crítica de la Oposición, se esperaba que el Presidente no profundizara la grieta entre el Gobierno y la ciudadanía. Sin embargo, continuó con su política antagónica con el anterior gobierno por la política migratoria, con el Congreso por las iniciativas consideradas inconstitucionales, y con la alteración discursiva de la realidad política, como si su retórica creara realidades. Dividió el mundo en enemigos y amigos y soslayó los importantes conflictos que hemos vivido desde octubre del año pasado. Tomó como suyas iniciativas que fueron posibles gracias a la presión de la ciudadanía y la oposición.

Su discurso fue fiel a su manera de ejercer el liderazgo político, recluido en sus dogmas y a la vez aspirando a recuperar su base electoral perdida. Su anhelo de formar parte de la construcción democrática está lejos de alcanzar lo que le habría gustado cuando llegó al poder en 2010 y 2018: liderar un proceso político y social que lo pusiera a la altura de la épica del primer gobierno de la transición, incluso con un museo que evidenciara que él también puso su huella en la historia. Algo se atisbó cuando mencionó las cifras meritorias desde 1990 y lo mucho que costó ganar la democracia, obviando el haber sido por un tiempo jefe de campaña del candidato pinochetista. Su irrefrenable impulso competitivo se expresó al avisarnos que somos los mejores y seremos potencia mundial en materia medioambiental, autobombo que hemos visto desde que llegó al Gobierno y sobretodo en esta crisis sanitaria. La porfiada imagen de la antorcha de la libertad nos lleva de vuelta a Chacarillas.

Desde el punto de vista de la coalición, trató de cumplir la tarea encargada por quienes representa en el Gobierno. Enfatizó el orden, el emprendimiento, la libertad, la cantidad de recursos gastados, cifras siderales que son una burla para la pobreza. Palabras como libertad, creatividad y emprendedores, reemplazaron a la de ciudadanía. El viejo y nuevo tema de los derechos humanos fue omitido. Si al comienzo de la transición la coalición que representa era reticente a reconocer su violación durante la dictadura, en esta vuelta de la historia tampoco dijo ni una palabra sobre la evidente situación de violencia del Estado contra los ciudadanos a fines del año pasado. Incluso parte del propio Estado criticó esta ausencia cuando el director del INDH demandó la necesaria señal desde el Poder Ejecutivo.

No es posible desligar esta cuenta del cambio de gabinete reciente. Los nuevos ministros del gabinete político, todos hombres, se apuraron en defender el Mensaje. Su configuración hace pensar que es el gabinete del rechazo al cambio constitucional y que tiene como ministro del Interior a un alcalde designado por Pinochet asociado a la Colonia Dignidad. Éste representa a la vieja derecha, esa mucho más expuesta a los vínculos con el pasado y la represión. La jugada de neutralizar a sus críticos, Allamand y Desbordes, es un intento desesperado por ser alguna vez jefe de coalición y, desde el Ejecutivo, ordenar sus filas de cara al plebiscito y evitar así una debacle en las elecciones que vienen.

El presidente Piñera enfrentó los efectos de la pandemia desde su dogma económico y sin hacerse cargo de los desastrosos efectos sociales del mal manejo de esta crisis. Vemos, entonces, que no hay nada nuevo bajo el sol. Pudo haber sido peor, si. Pudo haber sido mejor, difícil.

Columna publicada el 1 de agosto en Diario U Chile.

Mireya Dávila es académica del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.

Las opiniones vertidas en esta columna son de responsabilidad de su(s) autor(es) y no necesariamente representan al Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.

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