Por Nicolo Gligo

Pandemias: el peligro de no aprender

Pandemias: el peligro de no aprender

Ya no nos asombramos del frecuente incremento de fenómenos naturales y catástrofes que asolan el mundo, la gran mayoría de ellos derivados del cambio climático. Récord de tormentas en el Atlántico con huracanes extremos; incendios forestales de dimensiones nunca vistas en Australia, Brasil, Siberia, oeste de EE. UU; inundaciones en Asia y África; invasiones de langostas en los desiertos de África; derretimiento de ventisqueros, en especial en el Ártico y en la Antártica y aumento progresivo del nivel del mar; acidificación de los océanos; desaparición de los arrecifes de coral; sequía en Brasil, Argentina, Paraguay y Chile; etc.

No obstante el impacto de estas catástrofes que afectan a millones de habitantes del planeta, los logros para reducir la emisión de gases de efecto invernadero han sido esquivos y el mundo sigue acercándose al límite de la irreversibilidad estimado por los científicos en un aumento de 2°C.

Sin embargo la noticia alentadora es que las emisiones globales de estos gases habrían bajado entre un 4 y un 7% durante 2020. Ello por efecto de la reducción del funcionamiento de las economías de los países del mundo debido a la pandemia producida por el virus SARS-CoV-2. Pudo más un microscópico virus que los endebles y poco respetados acuerdos internacionales en la puesta en marcha de los compromisos adoptados.

Lo que está sucediendo nos lleva reflexionar sobre la Tierra: Ella es un macro ecosistema en evolución. Sus componentes, químicos, físicos, biológicos y humanos, funcionan como un sistema dinámico autorregulado. Es un único sistema muy complejo en sus escalas de tiempos y espacios, que ha demostrado en su larga historia ir adaptándose a los factores, tanto externos como internos, que la perturban y que la hacen evolucionar. Debemos entender entonces la autorregulación generada por la pandemia como una reacción frente a los factores que la perturban.

El impacto del cambio climático es el principal factor que presiona la autorregulación, pero los gases de efecto invernadero son solo parte de un set complejo e integrado de factores que interactúan en contra de la estabilidad. Los seres humanos los hemos manipulado de tal forma que se ha creado un círculo vicioso con el cambio climático, que es efecto y, a su vez, causa de estas modificaciones.

Para producir energía extraemos sin descaso combustibles y minerales fósiles que aportan permanentemente CO2 a la atmósfera. Hemos cambiado la mitad de la superficie de la tierra de bosques y sabanas a tierra de cultivos, páramos y desiertos lo que influye en la disminución del planeta para regularse. Los sistemas de cultivos y la ganadería han influido para que las transformaciones sean con alta entropía. Los ecosistemas al transformarlos en agrosistemas, para ser estables necesitan aportes continuos de energía materia e información. No obstante estos esfuerzos, un porcentaje muy importante de los suelos del mundo se deteriora, erosiona y desertifica.

Los ecosistemas naturales han perdido muchos de sus atributos. Pierden resiliencia y amplitud, y son más vulnerables a las acciones antrópicas. Las alteraciones de las cadenas tróficas modifican sus componentes y el peso relativo de ellos. Hemos arrebatado los nichos naturales a los animales silvestres que buscan adaptarse a otros. A ello debemos sumar el efecto del cambio climático, pues nuevas temperaturas hacen que los animales emigren o desaparezcan.

Hemos integrado a las poblaciones del mundo en función de la expansión inédita de los sistemas de transporte, tanto nacionales como internacionales. Los virus, sus cepas y mutaciones se mantenían confinados y regulados en sus relictos naturales, y por lo general, no tenían la posibilidad de expandirse. Ahora sí la tienen, y los exportamos junto a plagas y enfermedades de todo tipo a cualquier rincón de la Tierra.

Todos sabemos que el cambio climático es producto de la modalidad de producción y consumo del sistema de capitalismo globalizado. Pero en vez de apuntar a las causas sociales, estructurales y políticas de esta modalidad, se sigue insistiendo en privilegiar soluciones tecnológicas. Nuestros países basan sus políticas de desarrollo en una modalidad consumista y economicista. El espejismo del consumo mueve a las masas a hacer indispensables bienes superfluos e innecesarios. El sistema funciona con obsolescencias de corto plazo, y aunque mucho se predica sobre la necesidad del reciclaje, nos llenamos de residuos de todo tipo.

La huella ecológica de mundo es cada día más corta. (En 2019 fue el 29 de julio). Ello quiere decir que después de esa fecha hasta el 31 de diciembre el consumo de bienes de la naturaleza no se regenera. En la modalidad de desarrollo actual, el alto consumo exige disponer de energía, de suelos, de agua, etc. en magnitudes que exceden sus capacidades de renovación, y que no son sustituibles por procesos de desmaterialización o por mejoras tecnológicas.

Ese es el problema que enfrentaremos nuevamente una vez que se logre vacunar a toda la población mundial. Se supone que el aparente triunfalismo de la ciencia sobre la naturaleza hará que se continúe por la senda del consumismo, de la sobreexplotación de recursos naturales, de la generación de residuos, aceptando y propulsando esta modalidad de desarrollo con las consecuencias que conlleva. Seguirá el mundo con millones de hambrientos y marginados, con poblaciones hacinadas, tugurizadas, sin servicios básicos en las grandes urbes. Se seguirá produciendo energía de origen fósil, se seguirá destruyendo los bosques para la expandir la ganadería, y para explotar la madera; habrá menos suelos, más desertificación, menos recursos del mar, más uso de energía. Los mares seguirán llenos de plásticos y su biomasa continuará siendo sobre explotada. Seguirá recalentándose la Tierra en un proceso que se acercará a un estado irreversible.

Si todo ello sucede querrá decir que no aprendimos nada de la experiencia de esta última pandemia. Querrá significar que no dedujimos que el Covid-19 había sido el resultado de una reacción frente a la agresión hacia la Tierra, y una forma de autorregulación de ella. Si no reaccionamos, nuevos virus desconocidos, raros, diferentes, aparecerán, quizás más contagiosos y más mortales, pues se escaparán de nichos que dejaron de ser aislados, se instalarán en seres que ya no poseen autorregulaciones, y se esparcirán sin frenos, atacando masivamente a la población mundial. Nuestra Tierra, a los largo de millones de años, se ha autorregulado y adaptado a varias etapas geológica y climáticas diferentes. No tenemos por qué pensar que en la actual etapa no lo va a hacer, aunque signifique la eliminación de la gran mayoría de esa especie, homo sapiens, que tanto la ha agredido.

Nicolo Gligo Viel es Director del Centro de Análisis de Políticas Públicas del Instituto de Asuntos Públicos.

Las opiniones vertidas en esta columna son de responsabilidad de su(s) autor(es) y no necesariamente representan al Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile.

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